¿De dónde viene la desigualdad económica? Una mirada arqueológica a los orígenes del poder y la riqueza
La desigualdad económica no nació con la agricultura, sino con la concentración del poder en manos de unos pocos. Un nuevo estudio arqueológico explora cómo y cuándo comenzó realmente la brecha entre ricos y pobres.
Por Enrique Coperías
Muchas pequeñas comunidades agrícolas mantuvieron durante mucho tiempo una organización social igualitaria, incluso tras asentarse de forma permanente. La desigualdad emergió cuando se combinaron el aumento de la población, la escasez de recursos y la formación de jerarquías entre los asentamientos. Imagen generada con DALL-E
La desigualdad económica, uno de los fenómenos más debatidos y persistentes en las sociedades contemporáneas, tiene raíces mucho más antiguas de lo que suele imaginarse.
Aunque hoy solemos asociarla con el auge del capitalismo, la Revolución Industrial o las transformaciones tecnológicas del siglo XXI, una extensa investigación internacional liderada por arqueólogos y antropólogos demuestra que las primeras formas de acumulación desigual de riqueza comenzaron a gestarse hace milenios, mucho antes de la escritura, los bancos o el dinero.
Este hallazgo forma parte de un número especial publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), que presenta los resultados de una investigación pionera. A través del análisis de más de 55.000 viviendas arqueológicas repartidas por todo el planeta, un equipo liderado por Timothy A. Kohler, Amy Bogaard y Scott Ortman ha logrado reconstruir la evolución de la desigualdad material desde hace más de 12.000 años hasta el umbral de la industrialización.
Una base de datos global sobre el tamaño de las viviendas
La piedra angular del proyecto es la creación de la base de datos más grande jamás construida sobre la superficie de viviendas antiguas. El tamaño de las casas, medido en metros cuadrados, se utiliza como un indicador indirecto del nivel económico de sus ocupantes. Aunque este método tiene limitaciones, los investigadores lo consideran un proxy robusto para estimar la riqueza relativa entre hogares en sociedades preindustriales.
Esta gigantesca base de datos , resultado del proyecto GINI (Global Dynamics of Inequality), recopila información de yacimientos tan conocidos como Pompeya, Herculano o Ur, y también de asentamientos menos famosos pero igualmente reveladores en América, Asia, Europa, África y Oceanía.
Las viviendas analizadas abarcan desde estructuras muy simples de cazadores-recolectores hasta elaboradas residencias de élites en grandes ciudades antiguas.
"Lo que hicimos fue, en cierto sentido, una especie de crowdsourcing arqueológico —explica Scott Ortman, profesor de Antropología en la Universidad de Colorado Boulder. Y añade—: Solicitamos datos a arqueólogos de todo el mundo, recopilamos mediciones obtenidas en excavaciones, sensores remotos y estudios con lídar [una tecnología que utiliza láseres para medir distancias y crear mapas 3D del terreno con gran precisión], y los organizamos para entender cómo han evolucionado las diferencias sociales a través de los milenios».
En Asia, la desigualdad creció de forma más sostenida y temprana, y alcanzó niveles altos en ciudades mesopotámicas como Babilonia, la capital del antiguo reino babilónico, y durante varios siglos fue considerada un importante centro de comercio, arte y aprendizaje. Imagen generada con DALL-E
La desigualdad no apareció con la agricultura
Uno de los descubrimientos más sorprendentes del estudio es que la desigualdad no surge automáticamente con la llegada de la agricultura. Durante mucho tiempo se pensó que el abandono del nomadismo y el comienzo de la vida sedentaria, con la posibilidad de acumular excedentes, provocaban una inmediata estratificación social.
Sin embargo, los datos muestran que los niveles bajos de desigualdad persistieron durante siglos, incluso milenios, tras la adopción de la agricultura.
«El surgimiento de altos niveles de desigualdad de riqueza no fue un resultado inevitable de cultivar la tierra —aclara Amy Bogaard, profesora de la Universidad de Oxford. Y añade—: Tampoco puede explicarse solo por factores climáticos o institucionales. La desigualdad se consolidó allí donde la tierra se convirtió en un recurso escaso y, por tanto, monopolizable».
Esto explica por qué muchas comunidades agrícolas pequeñas, incluso después de establecerse permanentemente, mantuvieron estructuras sociales igualitarias durante largos periodos. Las verdaderas rupturas llegaron cuando el crecimiento poblacional, la escasez de recursos y la aparición de jerarquías de asentamientos se combinaron.
El papel de los asentamientos jerárquicos y el acceso a la tierra
Los investigadores identificaron un patrón recurrente: en sociedades donde los asentamientos se organizaban jerárquicamente, con aldeas subordinadas a centros más grandes, las desigualdades de riqueza se acentuaban significativamente. Es lo que llamaron efecto a escala de la política: una ventaja estructural para quienes vivían en los nodos centrales del sistema, donde se concentraban el comercio, la administración y los rituales de poder.
Además, otro factor fundamental es la relación entre el trabajo y la tierra. En sociedades donde el trabajo era el principal limitante de la producción, las desigualdades tendían a ser menores.
Pero cuando la tierra pasó a ser el recurso escaso —y, por tanto, objeto de apropiación— surgieron diferencias marcadas entre quienes poseían más y quienes quedaban excluidos del acceso a ella.
Tecnología, gobernanza y desigualdad
Una parte importante del estudio se centró en cómo las innovaciones tecnológicas y los modelos de gobernanza influyen en la distribución de la riqueza. El uso de animales para transporte, la construcción de sistemas de irrigación o la organización del espacio urbano, por ejemplo, están asociados a un aumento de la desigualdad en muchas regiones.
Pero no todas las tecnologías actuaron como fuerzas concentradoras de riqueza. La introducción del hierro, por ejemplo, parece haber tenido un efecto nivelador, al permitir una producción más eficiente de herramientas y armamento, accesibles incluso a las clases bajas. Según algunos investigadores, esto pudo haber fortalecido el poder militar o económico de sectores anteriormente excluidos.
También el sistema político marca diferencias claras. En sociedades con estructuras más participativas o comunitarias, la desigualdad tendía a ser menor. En cambio, en contextos con fuerte centralización del poder, como muchas monarquías o imperios, la acumulación en manos de élites fue más pronunciada.
Patrón global, pero con variaciones regionales
Aunque el estudio abarca los cinco continentes, el patrón general de crecimiento de la desigualdad de riqueza a lo largo del tiempo es notablemente consistente. Sin embargo, existen importantes matices regionales.
En Asia, la desigualdad creció de forma más sostenida y temprana, y alcanzó niveles altos en ciudades mesopotámicas como Ur y Babilonia. En Europa, la desigualdad aumentó con la llegada de la agricultura, pero luego decreció en la Antigüedad clásica, con ejemplos notables de urbanismo igualitario como Olinto, una antigua ciudad griega localizada en la Calcídica.
En América, a pesar de centros urbanos como Cahokia, un yacimiento arqueológico amerindio situado cerca de Collinsville (Illinois), en la llanura del río Misisipi, o algunas ciudades mayas con altos niveles de desigualdad, el sistema de asentamientos fue en general más plano y disperso.
Estas variaciones también permiten observar casos en los que las sociedades evitaron o incluso revirtieron la desigualdad, lo que demuestra que este fenómeno no es una fatalidad histórica.
La brecha entre ricos y pobres en el mundo ha alcanzado niveles históricos en 2025, según informes recientes de organizaciones como Oxfam y el Banco Mundial. El 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 95% restante, acumulando el 43% de todos los activos financieros. Imagen generada con DALL-E
¿Qué nos enseña el pasado sobre nuestro presente?
Uno de los aportes más valiosos de esta investigación es cómo conecta la prehistoria de la desigualdad con los desafíos contemporáneos. Según Ortman, el estudio demuestra que existe una fuerte relación entre la desigualdad económica y la resiliencia social.
Las sociedades más desiguales, tanto en el pasado como en el presente, tienden a ser más vulnerables a las crisis ambientales, la inestabilidad política y el colapso institucional.
«La evidencia arqueológica muestra una larga prehistoria de desigualdad, pero también revela que hay formas de contenerla— subraya Ortman. Y continúa—: Si queremos sistemas democráticos fuertes y sostenibles, debemos preocuparnos por los niveles actuales de desigualdad».
En efecto, el equipo destaca que la desigualdad extrema está vinculada hoy con fenómenos como la polarización política, la desconfianza en las instituciones y el debilitamiento de normas democráticas.
El estudio sugiere que la mejor forma de evitar este deterioro es fomentar políticas e instituciones que reduzcan la brecha entre los ingresos actuales y el crecimiento de la riqueza a futuro, promoviendo un desarrollo económico más equitativo.
Un legado milenario que aún influye en nuestro mundo
En conjunto, esta investigación arqueológica aporta una nueva mirada sobre la historia de la desigualdad: no como una consecuencia inevitable del progreso, sino como una construcción social, moldeada por decisiones políticas, tecnologías y formas de organización.
La conclusión es tan poderosa como clara: la desigualdad tiene historia, y esa historia puede enseñarnos a tomar decisiones más justas en el presente. La acumulación desigual de recursos no es el precio del desarrollo, sino una opción —a veces elegida, otras impuesta— entre muchas otras posibles.
Como dice Ortman, «al estudiar el pasado como una base de datos de la experiencia humana, podemos aprender cómo evitar los errores de siempre y construir modelos más sostenibles de prosperidad compartida». ▪️
Información facilitada por la Universidad de Colorado en Boulder
Fuente: Timothy A. Kohler et al. Economic inequality is fueled by population scale, land-limited production, and settlement hierarchies across the archaeological record. PNAS (2025). DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.2400691122