El cerebro en movimiento: qué revela el baile sobre la percepción, el control motor y la conexión social

¿Qué ocurre en nuestra sesera cuando bailamos con otra persona al ritmo de la música? Un innovador estudio con electroencefalogramas y modelos computacionales saca a la luz los secretos neuronales de la sincronía social en movimiento.

Por Enrique Coperías

Para el experimento, setenta personas sin experiencia en danza bailaron en pareja mientras se registraban su actividad cerebral (EEG), movimientos en 3D, musculatura facial y cervical, y movimientos oculares.

Para el experimento, setenta personas sin experiencia en danza bailaron en pareja mientras se registraban su actividad cerebral (EEG), los movimientos en 3D, las musculaturas facial y cervical y movimientos oculares. Imagen generada con DALL-E

Bailar con otra persona de forma fluida y sincronizada es una experiencia tan natural como fascinante. Pero ¿qué ocurre en nuestro cerebro mientras nos movemos al compás de la música y coordinados con otro cuerpo humano?

Esta pregunta ha llevado a un equipo de neurocientíficos del Instituto Italiano de Tecnología, en Roma, a realizar un estudio pionero en el que combinaron la danza, la neurociencia y la tecnología para explorar cómo el encéfalo humano integra información sensorial dinámica y ejecuta una compleja coordinación social.

El trabajo, liderado por Félix Bigand y Giacomo Novembre, ha sido publicado recientemente en la revista Journal of Neuroscience y representa un avance clave en la llamada neurociencia ecológica, que busca comprender el funcionamiento de nuestra sesera en situaciones reales. «Queríamos saber cómo se las arregla el cerebro para coordinar movimientos sociales en tiempo real, mientras también escucha música y observa el entorno», explica Bigand en un comunicado de la Sociedad de Neurociencia estadounidense.

Bailar para entender el cerebro social

La danza fue elegida como modelo porque reúne, de manera natural, varios procesos que normalmente se estudian por separado: percepción auditiva, control motor, observación del otro y sincronización social. Además, es una práctica presente en todas las culturas y épocas, lo que la convierte en un excelente laboratorio viviente.

Para el experimento, los científicos reclutaron a setenta personas sin formación en danza, y las organizaron en parejas que bailaron libremente mientras registraban su actividad cerebral con electroencefalogramas o EEG, sus movimientos corporales en 3D, la actividad de sus músculos faciales y del cuello, y sus movimientos oculares.

Bigand y su equipo manipularon dos factores clave durante los bailes: si los participantes podían verse entre sí o no mediante una cortina, y si escuchaban la misma música o canciones diferentes.

Cuatro funciones cerebrales danzando al mismo tiempo

Gracias al uso de modelos computacionales avanzados, en concreto de funciones de respuesta temporal multivariadas, los investigadores lograron aislar las señales cerebrales asociadas a cuatro procesos distintos: la percepción de la música, el control del propio movimiento, la observación del movimiento del otro y la coordinación social entre ambos.

La música generó respuestas cerebrales típicas de la percepción auditiva, como las ondas P50, N100 y P200, que eran más evidentes cuando los bailarines no podían verse. El movimiento propio activó señales motoras bien localizadas, especialmente durante el rebote vertical, esto es, la flexión y la extensión de rodillas, que resultó ser el gesto más relevante para el cerebro, pese a su aparente simplicidad.

«Lo más peculiar fue que, de los quince tipos de movimientos que analizamos, el cerebro fue especialmente sensible al rebote —cuenta Bigand. Y añade—: Esto nos extrañó, porque el rebote era más débil en amplitud que otros gestos. Que el cerebro responda más a un movimiento débil como este sugiere que tiene un rol único en la coordinación social».

Verse las caras y bailar

Cuando los participantes podían ver a su pareja, sus cerebros mostraban una clara respuesta visual ante los movimientos del otro. Pero lo más revelador fue la aparición de un patrón cerebral específico para la coordinación social: una señal neuronal que solo emergía cuando los dos voluntarios podían verse y escuchaban la misma música.

Este marcador neuronal indicaba a los investigadores que el cerebro estaba atento no solo al movimiento propio o al ajeno, sino a la alineación entre ambos, es decir, si se movían en fase, esto es, se movían en la misma dirección al mismo tiempo (por ejemplo, ambos bajaban o subían a la vez; o en antifase. Esto último ocurre cuando los dos bailarines se mueven en direcciones opuestas, es decir, cuando uno sube, el otro baja, y viceversa

Esta señal, con un patrón distintivo en las áreas visuales del cerebro, no podía explicarse únicamente por la observación o el control motor, lo que sugiere, según Bigand, un proceso cognitivo de orden superior destinado a detectar y mantener la sincronía interpersonal.

Además, los análisis demostraron que esta coordinación estaba más influída por los cambios en el movimiento del otro que en el propio: la sesera respondía más cuando era el compañero quien modificaba su gesto, lo que permitía ajustar el movimiento propio.

Cuando los participantes podían verse y escuchaban la misma música, sus cerebros no solo respondían a los movimientos del otro, sino que mostraban una señal específica de coordinación social.

Cuando los participantes podían verse y escuchaban la misma música, sus cerebros no solo respondían a los movimientos del otro, sino que mostraban una señal específica de coordinación social. Foto: Tabitha Turner

Más allá de mover el esqueleto: implicaciones sociales y clínicas

Aunque el estudio se centra en la danza, sus implicaciones van mucho más allá. «Este trabajo mejora nuestra comprensión de la interacción social en general—afirma Bigand. Y lo explica de esta manera: Porque muestra cómo el cerebro humano sostiene actividades sociales complejas integrando estímulos auditivos y visuales dinámicos».

Los hallazgos podrían ayudar a entender mejor los trastornos del neurodesarrollo donde la coordinación social está comprometida, como es el caso del autismo. También podrían aplicarse en entornos de rehabilitación motora, en la enseñanza artística e incluso en la creación de experiencias interactivas con inteligencia artificial o robótica social.

Además, los autores destacan que las herramientas metodológicas utilizadas —capaces de separar distintos tipos de información sensorial en señales cerebrales específicas— abren nuevas posibilidades para que la investigación preclínica se acerque más a contextos reales. «Los modelos computacionales que usamos permiten estudiar procesos cerebrales sin necesidad de inmovilizar al participante, lo que los hace más aplicables a la vida cotidiana», explica Bigand.

Un paso hacia una neurociencia más humana

En palabras de Novembre, este trabajo no solo demuestra que se puede hacer ciencia de calidad fuera del laboratorio tradicional, sino que pone de manifiesto la increíble sensibilidad del cerebro humano a las sutilezas del movimiento compartido.

Al bailar, no solo escuchamos la música y movemos el cuerpo, sino que sintonizamos con el otro, lo observamos, nos adaptamos y nos conectamos.

Y todo ello —como revela este experimento— queda reflejado en patrones eléctricos medibles del cerebro. Patrón tras patrón, compás tras compás, la danza nos recuerda que la coordinación social no es solo una habilidad, sino una forma profundamente humana de estar con el otro en el mundo. ▪️

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