¡Quiero tener el filtro de belleza en la vida real! Los peligros de la dismorfia del selfi
Aunque se trata de un problema relativamente nuevo, los especialistas aseguran que la incidencia de la dismorfia del selfi está creciendo de forma desproporcionada entre los jóvenes, los hijos de la era digital.
Por María J. García-Rubio, codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia Global y Cambio Social; y Begoña Albalat Peraita, psicología general sanitaria, de la Universidad Internacional de Valencia
Una chica con un trastorno de la conducta alimentaria se hace repetidos selfies tras varios días sin comer prácticamente nada. Se siente delgada, poderosa y confiada. Sin embargo, ninguna imagen le convence. ¡Ah, no había activado el filtro de su iPhone! Ahora, la foto sí está acorde con el empoderamiento que siente. Días después, cuando es asaltada por pensamientos negativos sobre su trastorno, visualiza el selfi y piensa: “Ojalá fuese la del filtro en la vida real”.
Este ejemplo está extraído de la serie Prisa por vivir, pero es un fiel reflejo de la realidad. Son muchos los adolescentes que van a la peluquería y, enseñando la pantalla de su móvil, piden: “Quiero el corte y el color de pelo de esta influencer”. O quienes incluso solicitan los servicios de centros de estética para hacerse retoques poniendo como modelo su rostro embellecido por el filtro de Instagram.
Un problema de la era digital.
Este trastorno ya ha sido identificado por la comunidad de psicólogos y se le denomina dismorfia del selfi. Es un subtipo de una categoría más amplia etiquetada como trastorno dismórfico corporal, una imagen distorsionada del propio cuerpo que sufre en torno al 2 % de la población. En el caso que nos ocupa, la obsesión sobre el aspecto se centra en las imágenes retocadas o deformadas por los filtros de las redes sociales.
Aunque se trata de un problema relativamente nuevo, los especialistas aseguran que la incidencia está creciendo de forma desproporcionada entre los jóvenes, los hijos de la era digital. La edad media de los afectados es de unos 16,2 años.
Hablamos de un viejo fenómeno, pero adaptado a los tiempos actuales. Hace tres décadas, por ejemplo, no resultaba extraño que los adolescentes de ambos sexos se compararan con una modelo famosa, un jugador de fútbol o un actor.
Sin embargo, la dismorfia del selfi va más allá, ya que no se anhela el parecido con un congénere real. El paciente con este trastorno quiere tener el cuerpo y la cara de alguien creado artificialmente por Photoshop, TikTok o Instagram. En algunos casos, un personaje que se le parezca, pero con los “retoques” necesarios para sentirse mejor.
Diferencias entre hombres y mujeres.
Según los últimos estudios, la persona afectada busca aceptación. Esto se traduciría en un aumento de la autoestima y, en consecuencia, de la disposición a realizar acciones que sin esos retoques no haría. De hecho, algunos expertos vinculan este trastorno con la selfitis o necesidad perentoria de hacerse autorretratos en todos los lugares y momentos para compensar la falta de confianza en uno mismo.
Aunque aún se requiere más investigación, los estudios sociológicos y psicológicos apuntan a una brecha de género importante en las características físicas idealizadas que se convierten en obsesión. En concreto, responsables de las clínicas de estética indican que las mujeres suelen poner el foco en la nariz, los muslos, las caderas y la piel, mientras los hombres solicitan más cambios en el pelo, los músculos y los genitales.
Estas diferencias indican que la dismorfia del selfi también responde a las teorías implícitas sobre las características físicas que la persona del sexo opuesto desea o valora en el otro.
Cómo detectar y prevenir la dismorfia del selfi
Empecemos por hacerle al paciente pregunta sencilla: ¿sería capaz de compartir en sus redes sociales una foto suya sin filtro?
Para saber si existe un problema de dismorfia del selfi, nuestro trabajo como psicólogas es observar si aparecen síntomas como la ansiedad, la insatisfacción o la tristeza cuando la persona ve o piensa propia imagen. Pero ¿cómo podemos identificar dichos síntomas en las conductas cotidianas?
La ansiedad lleva a hacer continuas comprobaciones de aquella parte de la cara o el cuerpo que trata de modificar con el filtro. Por ejemplo, si alguien afina digitalmente los rasgos de su rostro, se mirará en los espejos la parte de los carrillos para comprobar cómo se ven en la realidad.
La insatisfacción y baja autoestima potenciada por el uso del filtro se manifestarán en el modo en que la persona trata de cambiar la apariencia de esa zona con maquillaje o, incluso, cirugía estética.
La rumiación obsesiva de pensamientos negativos asoma con la mención frecuente a esa zona de su cuerpo o la constante comparación con imágenes de otras personas.
La tristeza y sensación de indefensión aparecen por la manera en que la persona puede llegar a aislarse socialmente y mostrar desesperanza hacia el futuro.
En cuanto a la prevención, lo ideal es comenzar por la psicoeducación temprana en el uso del redes sociales. Principalmente, en lo referido a las horas de utilización y al tipo de contenido que se comparte.
También hay que trabajar la autoestima física desde la aceptación y el autocuidado: la persona debe ser consciente de que el cuerpo, como parte de un organismo vivo, cambia lo largo del día, las semanas, los meses y los años. En cambio, los filtros lo convierten en algo estático y no necesariamente más estético.
En resumen, la prevención en edades tempranas y la detección precoz de este trastorno serían las estrategias de atención psicológica más eficaces.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation