La música puede cambiar la vida de los presos
Tocar y componer música puede ayudar a las personas en prisión a obtener una nueva perspectiva de sí mismas y reparar parte del daño psicológico infligido por la condena, según un estudio de la Universidad de Oslo.
Por Enrique Coperías
Recientemente, una banda de música compuesta por prisioneras de cárceles noruegas visitó un estudio de grabación de la Universidad de Oslo. Trajeron consigo una idea para aterrizar una producción basada en la melodía Für Elise, compuesta por Ludwig van Beethoven en 1810.
El grupo quería componer una canción sobre una presa llamada Elise. De forma democrática, decidieron cómo organizar de manera colaborativa las distintas aportaciones: instrumentos, canto, rapeo... Los investigadores musicales de la Facultad de Humanidades, en la Universidad de Oslo, se dedicaron simplemente a observar y tomar nota. A lo largo del día, también hablaron con el grupo musical sobre lo que la música significaba para cada uno de los componentes.
«Varias [de las reclusas] describieron cómo la música les ayuda a reconstruir su sentido de la humanidad. El mero hecho de tocar y actuar juntas les da una fuerte sensación de apoyo social. Logran algo como comunidad, y los lazos y la confianza con los demás se refuerzan», dice Lucy Cathcart Frödén, becaria posdoctoral del Departamento de Musicología de la citada universidad noruega.
La música puede cambiar una imagen destructiva de uno mismo
En el proyecto de investigación, Frödén y sus colegas estudian cómo se utiliza la música y qué beneficios reporta en las cárceles noruegas, irlandesas e islandesas.
El grupo que grabó su versión de Für Elise, Venjas Harem, es fruto del proyecto Música en prisión y libertad (Musikk i fengsel og frihet), iniciado por la pedagoga musical Venja Ruud Nilsen hace treinta años. El grupo se halla formado por personas que están o han estado en prisión, y está dirigido por Nilsen. No obstante, las canciones se escriben y arreglan de forma participativa.
«Algo que hemos visto claramente en la investigación —y que también nos cuentan los miembros de Venjas Harem— es que la música ayuda a ampliar la imagen que la gente de la cárcel tiene de sí misma y de los demás. —afirma Frödén. Y continúa—: Muchos se sienten confinados en etiquetas destructivas. Todos somos más, y la música nos anima a explorar lo que somos y lo que podemos llegar a ser».
Además, hace falta valor para mostrar lo que uno crea, según Frödén. «Especialmente —añade— cuando se interpreta algo nuevo, hay que atreverse a ser abierto y vulnerable. Esto puede dar lugar a relaciones de confianza y apoyo».
Una forma de salir de la depresión
En un capítulo de un libro que se publicará en 2025, Frödén y su colega Áine Mangaoang hablan del rapero Emil Cabral Hortman, también conocido por su nombre artístico Belizio, y de la importancia que tuvo para él la música mientras estuvo en la cárcel.
Según Hortman, desde muy joven fue etiquetado como delincuente. A los dieciséis años fue encarcelado en España, donde esperó su sentencia durante siete meses. La musicoterapia le ayudó a articular sus sentimientos y a expresarse. Descubrió que podía crear algo en una situación difícil.
«Para las personas que se encuentran en una situación vulnerable o de dolor, el trabajo creativo puede ayudarlas en gran medida a salir de esas depresiones, de esos círculos en los que se mete su cerebro, y por eso las terapias creativas como la música, la fotografía o la pintura deberían utilizarse aquí [en las cárceles]», explica Hortman a los investigadores en el libro en ciernes.
En busca de una nueva identidad
«A menudo, pensamos en la música en las cárceles como una mera forma de pasar el tiempo y desarrollar habilidades. Sin embargo, en gran parte se trata de la oportunidad de adoptar diversas identidades a través del arte», afirma Frödén.
Expresarse de forma creativa, ya sea a través de la música, la poesía, el teatro u otras expresiones artísticas, da a los presos la oportunidad de que la sociedad los vea de otra manera, según esta experta. «En lugar de ser etiquetados como delincuentes o adictos, pueden verse a sí mismos —y ser vistos por los demás— como poetas, músicos o artistas. Esto abre tanto nuevos caminos en la vida como nuevas amistades».
Aunque los profesores de música en prisión se centran principalmente en la música, es importante que también sean flexibles, opina Frödén. Esto es evidente en la historia de Hortman.
La falta de acceso a la Red es un obstáculo
Cuando Hortman fue trasladado a una prisión noruega, conoció a un profesor de música que estaba planeando formar un grupo de música. Pero Hortman y otros presos estaban más interesados en el hip-hop. «El problema era que la gente de la cárcel no puede acceder libremente a internet», explica Frödén.
El profesor de música les ayudó a descargar el software necesario y les facilitó acceso a un estudio. Hortman empezó entonces a mezclar, componer y producir música para los demás.
«La tecnología musical evoluciona y depende cada vez más de internet. Las restricciones institucionales al acceso a la Red se convierten así en una barrera —dice Frödén. Y añade—: Las mejores condiciones para hacer música se encuentran en las cárceles, donde los facilitadores no son excesivamente programáticos, sino que escuchan y responden a lo que los individuos necesitan para desarrollar su propia voz».
En un entorno así, la música no solo tendrá un significado personal, cree Frödén. «También puede repercutir en el entorno social».
Hortman empezó a escribir letras cuando tenía solo doce años de edad, pero en la cárcel había menos distracciones. Cuando salió en libertad, tenía proyectos terminados que mostrar. «Todos los sistemas penitenciarios pueden causar daño», denuncia Frödén.
Las conversaciones informales con personas con experiencia personal son un método crucial para Frödén y sus compañeros investigadores musicales. Pretenden arrojar luz sobre experiencias carcelarias que a menudo pasan desapercibidas para el resto de la sociedad.
«A diferencia de los hospitales, las escuelas y otras instituciones públicas, las cárceles no son especialmente visibles ni audibles. No sabemos lo que ocurre dentro, y para los que están allí es difícil comunicarse con el mundo exterior», dice Frödén.
Cree que para los que están fuera es fácil hacer suposiciones, como, por ejemplo, por qué alguien ha acabado entre rejas. También es fácil pasar por alto los problemas. «Muchos señalana Noruega como un país con un sistema penitenciario humano, pero no hay sistema penitenciario que no cause daño», subraya la investigadora.
Belizio tiene experiencias positivas con la música en prisión, pero también habla de un aislamiento significativo. Noruega lleva muchos años enfrentándose a críticas internacionales por este asunto, incluido el Comité contra la Tortura de la ONU.
Cree que la música puede ayudar a cambiar las prisiones.
Los investigadores del proyecto forman parte de dos redes internacionales que trasladan a la práctica la investigación sobre prisiones y sonido. En una de ellas, están elaborando directrices para los entornos penitenciarios, que abarcan aspectos como la luz, el sonido, la calidad del aire y la temperatura, factores no incluidos en las directrices vigentes de la ONU.
En la otra red, intercambian conocimientos con investigadores, músicos y antiguos reclusos sobre el potencial de la música para el tratamiento y la rehabilitación. Frödén cree que la investigación pone de relieve dos puntos clave:en primer lugar, que las prisiones causan daño y desconexión de la sociedad.
«En segundo lugar, la música puede reconectar a la gente. También puede aportar esperanza. Nos gustaría ver una sociedad menos dependiente de las prisiones y el castigo, en la que se hiciera más hincapié en el tratamiento y la rehabilitación. En este cambio, la música puede desempeñar un papel importante», concluye Frödén. ▪️
Información facilitada por la Universidad de Oslo