Los dinosaurios no vinieron del fuego, sino del hielo
La extinción masiva del Triásico-Jurásico fue desatada por tremendas erupciones volcánicas. Un nuevo estudio señala al frío y no a las subidas de las temperaturas como principal responsable de la extinción masiva. Y sostiene que los dinosaurios supieron aprovecharse de las olas de bajas temperaturas para prosperar.
Por Enrique Coperías
Hace 201,6 millones de años se produjo una de las cinco grandes extinciones masivas de la Tierra, cuando tres cuartas partes de todas las especies vivas desaparecieron repentinamente. El exterminio coincidió con enormes erupciones volcánicas que dividieron Pangea, un continente gigante que entonces comprendía casi toda la tierra del planeta.
Millones de kilómetros cúbicos de lava entraron en erupción a lo largo de 600.000 años, separando lo que hoy son América, Europa y el norte de África. Marcó el final del periodo Triásico y el comienzo del Jurásico, el periodo en el que surgieron los dinosaurios para ocupar el lugar de las criaturas triásicas y dominar el planeta.
Los mecanismos exactos de la extinción a finales del Triásico, que se llevó por delante al 76% de todas las especies marinas y terrestres y de alrededor del 20% de todas las familias taxonómicas, han sido motivo de debate durante mucho tiempo, pero lo más destacado de aquel cataclismo fue que el dióxido de carbono aflorado por las erupciones se acumuló en la atmósfera durante muchos milenios, lo que elevó las temperaturas a niveles insostenibles para muchas criaturas y acidificando los océanos.
Los inviernos volcánicos fueron los que causaron el mayor daño
Pero un nuevo estudio afirma lo contrario: el frío, y no el calor, fue el principal culpable. El estudio presenta pruebas de que, en lugar de prolongarse durante cientos de miles de años, los primeros pulsos de lava que pusieron fin al Triásico fueron acontecimientos tremendos que duraron menos de un siglo cada uno. En este breve lapso de tiempo, se arrojaron a la atmósfera partículas de sulfato que reflejaban la luz solar, enfriando el planeta y congelando a muchos de sus habitantes.
El aumento gradual de las temperaturas en un entorno que ya era caluroso —el dióxido de carbono atmosférico a finales del Triásico ya triplicaba el nivel actual— pudo haber terminado el trabajo más tarde, pero fueron los inviernos volcánicos los que causaron el mayor daño, dicen los investigadores.
«El dióxido de carbono y los sulfatos actúan no solo de forma opuesta, sino en plazos de tiempo también opuestos —explica el autor principa del trabajo, Dennis Kent, del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty, en la Facultad del Clima de la Universidad de Columbia. Y añade—: El dióxido de carbono tarda mucho tiempo en acumularse y calentar las cosas, pero el efecto de los sulfatos es prácticamente instantáneo. Esto nos sitúa en el ámbito de lo que los seres humanos podemos comprender. Estos sucesos ocurrieron en el lapso de una vida».
El estudio acaba de publicarse en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Una enorme provincia de rocas ígneas
Durante mucho tiempo se ha pensado que la extinción del Triásico-Jurásico estuvo vinculada a la erupción de la llamada provincia magmática del Atlántico Central o CAMP. Se trata de una gran provincia ígnea, esto es, una acumulación extremadamente enorme de rocas ígneas, que se formó hace unos 200 millones de años, entre los periodos Triásico y Jurásico, durante la apertura del rift de Pangea.
En un estudio pionero de 2013, Kent y sus colegas proporcionaron quizá el vínculo más definitivo. Kent, que estudia el paleomagnetismo, identificó una inversión de polaridad constante en los sedimentos situados justo debajo de las erupciones iniciales de la CAMP, lo que demostró que todas se produjeron al mismo tiempo en lo que ahora son amplias zonas del mundo.
Sus colegas utilizaron isótopos radiactivos para datar el inicio del vulcanismo, hace 201.564.000 años, más o menos unas decenas de miles de años. Los científicos no pudieron precisar la magnitud de las erupciones iniciales, pero muchos supusieron que los enormes depósitos de CAMP debieron tardar muchos milenios en formarse.
Alineaciones de partículas magnéticas en las rocas
En el nuevo estudio, Kent y sus colegas correlacionaron datos de depósitos CAMP en las montañas de Marruecos; a lo largo de la bahía de Fundy, en Nueva Escocia; y en la cuenca de Newark, en Nueva Jersey. Su prueba clave: las alineaciones de partículas magnéticas en las rocas que registraron la deriva pasada del polo magnético de la Tierra en el momento de las erupciones.
Debido a un complejo conjunto de procesos, este polo está desplazado del eje de rotación invariable del planeta —el norte— y, además, cambia de posición unas décimas de grado cada año. Debido a este fenómeno, las partículas magnéticas de las lavas que se emplazaron con pocas décadas de diferencia apuntarán todas en la misma dirección, mientras que las que se emplazaron, digamos, miles de años más tarde, apuntarán 20 o 30 grados en una dirección diferente.
Lo que los investigadores encontraron fueron cinco pulsos iniciales sucesivos de lava CAMP repartidos a lo largo de unos 40.000 años, cada uno con las partículas magnéticas alineadas en una única dirección, lo que indica que el pulso de lava había surgido en menos de cien años, antes de que la deriva del polo magnético pudiera manifestarse.
Los sulfatos de las erupciones volcánicas enfriaron el planeta
Dicen los expertos que estas enormes erupciones liberaron tantos sulfatos con tanta rapidez que el sol quedó en gran medida bloqueado, lo que provocó el desplome de las temperaturas. A diferencia del dióxido de carbono, que permanece durante siglos, los aerosoles volcánicos de sulfato tienden a desaparecer de la atmósfera en cuestión de años, por lo que las olas de frío resultantes no duran mucho tiempo.
Pero debido a la rapidez y magnitud de las erupciones, estos inviernos volcánicos fueron devastadores. Los investigadores compararon la serie CAMP con los sulfatos de la erupción de 1783 del volcán Laki de Islandia, que causó pérdidas generalizadas de cosechas; la única diferencia es que los pulsos iniciales de CAMP fueron cientos de veces mayores, afirman los paleontólogos.
En los sedimentos situados justo debajo de las capas del CAMP yacen fósiles del Triásico: grandes parientes terrestres y semiacuáticos de los cocodrilos, extraños lagartos arborícolas, anfibios gigantes de cabeza plana y muchas plantas tropicales.
Una oportunidad para los dinosaurios
Luego desaparecen con las erupciones del CAMP. Los pequeños dinosaurios emplumados habían existido durante decenas de millones de años antes de esto, y sobrevivieron, con el tiempo para prosperar y hacerse mucho más grandes, junto con las tortugas, los verdaderos lagartos y los mamíferos, posiblemente porque eran pequeños y podían sobrevivir en madrigueras, dicen los autores del estudio publicado en PNAS.
«La magnitud de los efectos ambientales está relacionada con la concentración de los fenómenos —explica Paul Olsen, paleontólogo de Lamont-Doherty y coautor del estudio. Y añade—: Los fenómenos pequeños repartidos a lo largo de [decenas de miles de años] producen un efecto mucho menor que el mismo volumen total de vulcanismo concentrado en menos de un siglo». La implicación global es que las lavas del CAMP representan eventos extraordinariamente concentrados».▪️
Información facilitada por la Columbia Climate School
Fuente: Paul E. Olsen et al. Correlation of sub-centennial-scale pulses of initial Central Atlantic Magmatic Province lavas and the End-Triassic extinctions. PNAS 82024). DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.24154861